Kanako visita a su abuela Osode que vive sola en el pueblo y, en el puente que está ante la puerta de su casa, se topa con un hombre que tiene el aspecto de un cadáver en descomposición. Cuando entra en casa de su abuela, Osode le cuenta que ese hombre es su abuelo Kingoro y que en el puente se reúnen fantasmas de gente fallecida del pueblo quienes llaman por las noches a Osode y quieren arrastrarla hasta el fondo del río.

Osode le relatará a Kanako la historia de una tradición funeraria en la que a la persona fallecida se la colocaba en un tatami y se le hacía surcar sobre él el río y, si llegaba al mar, se creía que alcanzaba el nirvana y, si por el contrario, el cuerpo se caía al río, el alma de la persona quedaría atrapada. Los cuerpos del abuelo de Osode y de un prometido que tuvo que murió a los 20 años cayeron al río al chocar con el puente que está frente a la casa de Osode y ahora sus almas se han quedado en el puente. Osode le pide a su nieta que la entierre cuando muera y no permita que realicen con ella el ritual del río, ya que siente que su muerte está próxima y tiene miedo a que su alma quede atrapada en el puente.